- Buenas noches coronel.
- A partir de ahora llámame señor Matius y olvida que nos conocemos, vendrá gente muy quisquillosa y analítica. ¿Ha traído escrita a mano sus conclusiones sobre el proyecto?
- Sí señor Matius.
- Bien, ya termino. Sirvámonos una buena copa de coñá.
- Parece que todo está preparado. Quería añadir que...
- ¿Le parece mejor la luz así?
- – Precisamente coronel. –
- Parece que vayamos a jugar a póquer.
- Había una manifestación viniendo hacia aquí.
- ¿Hay mucha gente en mi bar?
- Casi lleno.
- ¡Viste a alguno de la policía o de la secreta!
- – No. –
- ¿Se encontraba allí Marxa?
- Me guiñó un ojo cuando me dirigía al escusado.
- Bien. Echemos un trago de Luis Felipe.
- Mis conclusiones señor Matius.
- Sus 6000 están en ese sobre.
- No lo contaré. Um, buen licor.
- Vamos a reformar este país.
- Yo no puedo opinar sobre sus métodos y tampoco deseo saber que sistemática utilizará en esta incierta revolución.
- Será la última vez que le veré por aquí hasta que le avise. ¡Entendido!.
- – Claro. –
- Vamos a devolver a este país y sus hombres y mujeres su identidad perdida, me atrevería a decir que nunca tuvieron algo parecido a lo que yo les daré. Una vez consumado el proyecto, cada cual embarcará con un destino incierto, hasta desaparecer, tú incluido. Me indignó mucho lo que le hicieron pero nunca pude acercarme a ti te tenían muy vigilado.
- En todo ese tiempo siempre estuve ajeno, hasta que le vi aquel día en aquel prostíbulo perfumado por los dioses.
- Ni que lo digas. Sabes, me enamoré de una de ellas y ahora no puedo dejar de verla, tranquilo no me mires así no vendrá por aquí. Tengo suficiente dinero como para permitírmela. ¿Otro trago?
- Uno más. ¿Quiere un cigarrillo coronel?
- No debería, bueno sí, ella no me deja fumar. Quiere que dure.
- ¿Quién usted o?... Debe sabe que necesitará al menos cinco aviones y el cielo nuboso sin lluvia, por la mañana los tendré en la pista acordada.
- Bien.
- Lo demás está escrito ahí.
- Ahora váyase, salga por la puertecilla de la callejuela. Le llamaré.
Apostado junto a la máquina tabaquera del bar leía una revista sobre las últimas publicaciones literarias, sonreía, sabía que el ministerio de cultura no estaba del lado de los intelectuales, solo del cine barato, aquellas infernales publicaciones de alguna manera estaban relacionadas con el mundo cineasta y cibernauta, menos los que escribían títulos religiosos, a estos los protegía el ala derecha y aún podían sobrevivir haciendo creer a la gente en las apariciones marianas o en las aventuras por criptas donde podría estar enterrado Jesús. Sonrió de nuevo, al menos el nazareno vendía más libros que el nimio de Cervantes.
Marxa le hizo un gesto y el barbudo marxista comunista exacerbado de otros tiempos se dirigió a la puerta camuflada del escusado. Matius había dejado de dar agua a sus plantas y ojeaba el libreto de aquel analista, entonces lo vio acercarse. De mediana estatura, barba hasta el pecho, barriga cervecera y melena salvaje, su ropa roída era por propia elección, llevaba un maletín de cuero, sus cejas parecían dos pequeñas viseras que sombreaban dos pequeños ojos color marrón.
- Hola coronel.
- No me llame así. Matius por favor.
- Como quiera, Matius.
- ¿Hizo lo qué le dije?
- Sí, mi trabajo me ha costado. Me ha prometido que es por una muy buena causa para los compañeros, yo ya hice lo que pude en el pasado, ahora creo que es momento de abandonar este país para siempre.
- Transcurrida una década podrá regresar, para entonces yo habré muerto en el mejor de los casos. Los diez mil que le prometí.
- Aquí están las listas que me pidió, direcciones, ubicaciones etcétera. Me gustaría saber algo más del proyecto.
- Eso es imposible, compréndalo.
- Está todo. Fumaré una pipa de hachís. ¿Le importa?
- No. Serví en un regimiento de regulares, estoy habituado a oler esa porquería. Yo prefiero el destilado veneno color de la castaña.
- Debo reconocer que lo que conozco de este proyecto me gusta.
- Créame, a mí no del todo, hubiese preferido que mi amado país no se convirtiera en lo que es.
- Ni a mí, por eso hago esto.
- ¿Dónde ha comprado esa hierba?
- No puedo decírselo.
- Tome, guardaba esto en el cajón como obsequio, es 00. Esencia total, a mí se me a secar, pues no la fumo, llévesela.
- Oh, muy amable. Lo aceptaré. ¡Qué buena pinta! Um.
- Váyase profesor y gracias.
- Creí que charlaríamos un rato sobre el arte de la guerra de Sun Tzu.
- Me gustaría sin duda, pero debo recibir aún a otros colaboradores y la noche pasa muy deprisa, por el día no puedo dejarme ver.
- Está bien, camarada Matius. Le deseo suerte...
Marxa apareció con una bandeja plateada que portaba la cena, algo ligero acompañado de media botella de vetusto Rioja.
- ¡A sus órdenes Vuecencia!
- Está bien, deja la cena sobre la mesita del despacho y dame las novedades.
- Sí Vuecencia. Un hombre de aspecto enclenque dejó este sobre para usted y esta es la caja del día, la manifestación ha pasado de largo, fuera espera el bolchevique.
- ¿Se refiere al político?
- Sí Vuecencia.
Aquella mujer de cabeza casi rapada vestida de negro era la encargada de regentar lo que se suponía un bar de copas de lo más vanguardista. Le ponía cachondo el perfil de sus muslos con aquellos pantalones de diseño militar.
- Usted no lleva implantes de mama ¿verdad sargento?
- No Vuecencia.
- Cuando acabe todo esto le daré un puesto aventajado, eso si no prefiere casarse y tener hijos. Ya sabe, el partido nacional revolucionario la necesita, es decir el país.
- Como mande Vuecencia. Lo comprendo, señor.
- Gracias sargento, puede irse y las once haga pasar a ese abogado protector de masas.
- ¡A sus órdenes Vuecencia!
Cuando Marxa se volvió él no la observó en su retirada no quería que ella se percatase que le gustaba sobremanera e incluso que tenía erecciones. Mientras terminaba de cenar ojeaba un mapa con anotaciones a lápiz, miró el reloj, las diez y diez, le quedaría tiempo para su excelente puro habano. Cuando hubo terminado la botella de vino tocó un botón y del fondo del almacén abandonado apareció un corpulento soldado vestido de negro con una bandeja de oro blanco que portaba su postre, un exquisito puro habanero.
- ¡A sus órdenes Vuecencia!
- Deje eso ahí y disfrácese de hippy no olvide ponerse la peluca.
- Sí Vuecencia.
- El de la esquina le está esperando, dígale que a las doce puede marcharse.
- ¡A sus órdenes Vuecencia!
- Muy bien, puede irse...
Minutos después, entró aquel abogado marxista leninista de porte engreído y sonrisa superficial qué se cortó cuando el coronel rojo le miró.
- Buenas noches general.
- Hola. Siéntese. Y no hable a no ser que yo se lo pida. Dígame; ¿Hará lo que hemos acordado?
- No puedo infiltrarle en mis círculos políticos con ese aspecto de general de división. “Sería un cante”.
- No soy general y no seré yo quién se infiltre será una mujer de mi más absoluta confianza.
- Sabe que tengo poderosos contactos no entiendo cómo me trata con tanta desmesura, si quisiera no le ayudaría y usted nada podría hacerme. Militar loco.
- ¡Eh hippy cuidado! Vuestras promesas para con el pueblo se quedan en vuestros mítines, además, albergo un profundo asco por la política extremista, así que déjese de engaños fructuosos, usted va ayudarme por los quinientos mil euros que voy a darle. Por esto, exijo que se calle, entre otras cosas.
- ¿Qué quiere que haga?
- Presentará a Marxa a lo más granado de la cultura, la política y el mundillo financiero femenino. Hará correr el rumor de que ella es lesbiana y cineasta que quiere invertir, pero si algo le ocurriese le cortaré sus atributos sin el menor desdén. Aquí tiene los cien mil que acordamos, el resto cuando ella me confirme que tenemos lo que buscamos.
- Quiero 250000 ahora, si no, no habrá trato.
- Habrá trato lo quiera o no, o le meteré un tiro, coja el dinero y márchese, ella le estará esperando mañana por la mañana en el bar, llevará el pelo teñido de rojo.
- Está bien, haré lo que me dice, pero ¿quién me protegerá las espaldas cuando todo esto acabe?
- Cuando todo esto acabe, no tendrá que preocuparse por eso, le aconsejo que vaya buscando una residencia en el extranjero, pero si decide quedarse en el país, le aseguro que será feliz, muy a pesar de que ahora me vea como un ogro sectario y desalmado.
Los ojos del político se encendieron como una feria de vino cuando el reflejo de los billetes de quinientos euros se estrelló en sus pupilas segadas por el poder baboso. Matius lo observaba mientras contaba el dinero afanosamente.
- Es correcto. Adiós señor Matius.
- No se preocupe, estaré al tanto, ella me informará.
Cuando el político se marchó un teléfono negro de modelo extinto sonó en la trastienda; donde guardaba documentos secretos, armas, oro, drogas, joyas y todo lo altamente valioso en el mercado de intercambio cuando el dinero de papel ya no sirve.
- Sí mi general. Dígame. ¿Contamos entonces con los fondos? Es muy buena noticia falta agregar los gastos de culminación del proyecto que aún no he calculado, tardaremos aún un mes en recabar la información que nos falta. Bien. Vale, de acuerdo, adiós mi general.
Tras esto sorbió una copa de coñá de un solo trago y se cambió de ropa, salió hacia el parque por la callejuela, lo cruzó, el rumor de las máquinas de cuatro ruedas cruzando la gran autopista se oían desde allí. Andó apresurado hasta una bifurcación próxima a la autovía donde un coche color negro le esperaba con el motor en marcha, subió al automóvil que se fundió con en el intenso tráfico azaroso de la gran ciudad...
El coronel Matius era un hombre de fuertes convicciones marxistas, si bien es cierto que no era un extremista de izquierdas. A sus 62 estaciones aún soñaba con instaurar una revolución en su amado país. Muchos años atrás había sido profesor en la facultad de filosofía y también dio algunas conferencias sobre ciencias políticas muy bien pagadas. El paso estaba dado ahora había que esperar a que lo aliados en la sombra se unieran a la causa roja. Le gustaba “el arte de la guerra” en su más pura esencia guerrera, su libro de filosofía preferido de Sun Tzu.
Garaje rojo. II.
Marxa Roja era una persona muy sobria poco dada a coquetear con el género masculino. Esta sobriedad era muy apropiada para el papel que el señor Matius quería que representara en el nuevo “mundillo” al que pasaría a formar parte. Aquella noche la pasó tiñéndose el pelo de rojo y ordenando la ropa que el día anterior había adquirido en alguna de las boutiques más selectas de la capital. Era bastante consciente que algunas mujeres poderosas le tirarían los tejos o le propondrían irse a la cama inmediatamente a cambio de favores, sin embargo, a lo largo de su vida comprobó que su seriedad o ese matiz masculino que aderezaba su feminidad solía también gustar demasiado a algunos hombres por lo que tendría qué “torear” con ambos géneros, sin lugar a dudas. Se contempló en el espejo con la lencería fina que le ordenó comprar su enlace y comenzó a gustarse en su fuero interno, nunca pensó que le sentarían tan bien las cosas caras y estilizadas del mundo capitalista y abominable tal cómo ella llamaba a sus contrarios.
Sobre las tres de la mañana el teléfono sonó, era el camarada coronel Matius Marx desde el garaje:
La comunicación entre ambos se cortó y ella se preparó un té con limón mientras repasaba las órdenes tan estrictas y delicadas que debía cumplir no sabía si estaría a la altura pero sí segura de sí misma, la sargento Marxa había sido educada en la extrema izquierda hija de un matrimonio muy humilde que fue desterrado por sus creencias ideológicas desde aquel día nunca más vio a sus padres y fue educada por un matrimonio comunista que la adoptó y le dio buena crianza.
El contacto capitalista en la sombra sobornado por el coronel Matius era un político conservador licenciado en derecho que la estaba esperando, más elegante que de costumbre, el chófer abrió una de las puertas traseras y quedó medio hechizado con el perfume que se había puesto la camarada ahora capitalista. Se sentó en el asiento trasero con el prestigioso letrado que ya había sido advertido de las consecuencias que le acarrearía si intentaba seducirla, aunque en realidad temía más perder los cuatrocientos mil euros que jugarse el pellejo por aquel monumento inesperado y bellísimo. No podía creer que fuese la misma mujer de la noche anterior, entonces le habló:
Entonces ella le dio un intenso muerdo en los labios susurrando;
El auto con los cristales tintados aceleró y se perdió en el trasiego de la avenida anochecida llena de luces capitalinas, Beatriz de la Fuente siguió su camino hacia su nuevo mundo, el mundo del dinero a mansalva, el mundo que siempre odió con ansiosos de deseos de venganza por lo que ocurrió a sus verdaderos padres…
Continúa en capítulo III.
Autor novela: Jorge Ofitas. ®.
Todos los derechos reservados. Sevilla. 2007. ®.
Spain. 2007. Europe. 2019. ®.
Próximo pasaje dependiendo de la petición de los lectores. Muchas gracias por vuestras lecturas y comentarios.
El autor.
Nota: Se ruega compartan este relato a través de los enlaces y botones propuestos para tal fin en las distintas aplicaciones y webs. Muchas gracias.
Un coronel muy culto retirado de izquierdas organiza en un garaje un golpe de estado en su país. No está solo, tras él se oculta un poderoso general que domina todo el proyecto. El coronel se sirve del sargento Marxa Roja una bellísima mujer comunista que se pone a sus órdenes para infiltrarse en el mundo capitalista y desarmar el sistema que siempre odió. El sargento Marxa se convierte en la bonitísima modelo Beatriz de la Fuente que enamora a todos con su gran belleza física y su visión intelectual. - El Autor.